En los tiempos que corren estamos viviendo una curiosa paradoja: por un lado estamos prejubilando a nuestros mayores y por otro, el paro juvenil supera el 50%. Por un lado, los empleadores valoran la flexibilidad, innovación y disponibilidad de los jóvenes y al mismo tiempo les exigimos experiencia y madurez. Los empleadores anhelan a ese nuevo empleado de veintitantos años, bien formado, con muchas ganas de trabajar y de seguir aprendiendo, con entusiasmo, que muestra flexibilidad y disponibilidad y que además es maduro y sabe hacer el trabajo para el que le contratamos; si además está dispuesto a trabajar por poco dinero, a rendir durante largas jornadas laborales sin quejarse y es obediente y poco conflictivo, ese anhelo se convierte en un fantástico sueño.
Y es que con unas tasas de paro brutales, a las empresas les cuesta cubrir sus posiciones vacantes, es lo que se ha dado en llamar “la paradoja del talento”.
Y en este contexto, ¿por qué no nos valen nuestros mayores, los profesionales más seniors?
Entre las razones no se encuentran la maldad, la falta de respeto ni de pérdida de valores o ética. Hemos de buscar las razones de porqué no apreciamos a los profesionales más seniors en el pragmatismo, la utilidad, y la economía. Te sugiero que dediques unos segundos a hacer tu propia lista de razones. En mi propia opinión, hacemos una serie de asunciones, que si bien están bien basadas en la observación, no tienen por que ser inmutables ni condiciones absolutas:
- La personas mayores están obsoletas (conocimiento, tecnología).
- No se adaptan al cambio.
- Rinden menos.
- Están menos comprometidas.
- Son más difíciles de manejar/ gestionar / liderar.
- Tienen menos energía.
No cabe duda de que “La experiencia es un grado“. Cuando vivimos experiencias aprendemos, y por lo tanto, cuantas más experiencias vivimos, más aprendemos y sabemos. Las vivencias pasadas nos ayudan a resolver situaciones de futuro; desde niños desarrollamos paradigmas en base a las situaciones que vamos viviendo y según vamos creciendo, vamos acumulando un mayor acervo de experiencias y aprendizajes que nos permiten solucionar mejor situaciones futuras porque ya las hemos vivido antes. El aprendizaje se trata de un proceso de prueba, error y corrección que nos hace capaces hacer cada vez mejor las cosas. Desde ahí, resulta bastante normal que el “sabio” de la tribu sea el que más experiencias ha vivido, el más anciano.
Por otro lado, hoy nos encontramos con que, a partir de cierta edad, las organizaciones van “pre-jubilando” a sus mayores y resulta difícil encontrar un empleo y que los líderes son cada vez son más jóvenes -en muchas empresas, si no has llegado a un puesto de responsabilidad a los 40 años, es posible que ya nunca lo hagas-. Es como si la experiencia ya no tuviese tanto valor o el paradigma de la experiencia antes expuesto ya no se aplicara tan claramente como antes. ¿Qué ha ocurrido? ¿La sociedad, las organizaciones y sus líderes se han vuelto locos?
Ahora imaginemos que eres un empresario de 30 años que lleva 2 o 3 años gestionando una empresa basada en internet que se dedica a la venta online. Necesitas contratar a alguien que te ayude en tu negocio ya que estás teniendo mucho éxito en la compra-venta de productos tecnológicos que importas de los países escandinavos para jóvenes empresas online en España. Digamos que pones un artículo en una web de empleo y se presentan un montón de candidatos de todo rango de edades,¿en qué rango de edad se encontrarían los candidatos a los que entrevistarías?¿Por qué?
Si tienes más de 30 años y tienes la aspiración de seguir activo pasados los 50, empieza ahora a hacerte estas preguntas:
- ¿Qué me hará valioso a los 50? ¿Qué podré aportar que no pueda aportar un joven de 30 años que posiblemente cobrará menos que yo?
- ¿Cómo estoy al día de lo que ocurre a mi alrededor y es relevante?
- ¿Qué tal me manejo con la tecnología, internet, redes sociales, herramientas de colaboración online y tecnologías de la comunicación e información en general (TIC)?
- ¿Qué tal hablo ingles?
- ¿Qué estoy estudiando, aprendiendo en estos momentos y qué me aportará para el futuro?
- ¿Cómo me tomo, deseo y/o tolero el cambio? ¿Cómo soy de innovador y creativo?
- ¿Qué sé de las tendencias y desarrollos que se están produciendo en el mundo?
- Y finalmente, si tuviese que contratar a alguien en mi puesto, ¿cómo sería?, ¿cuánto me parezco a esa persona que yo mismo contrataría?
Creo que es innecesario dar instrucciones sobre cómo interpretar las respuestas a estas preguntas o deducir qué conclusiones sacar sobre tu empleabilidad futura.
Y es que llevamos ya 13 años inmersos en el siglo XXI. Hace sólo 13 años no existía Facebook -ni otras redes sociales-, no había smartphones – ni siquiera Blackberries, si tenías un teléfono móvil, probablemente sería un Nokia-, ni 3G, ni wifi; no existía la Wikipedia -la enciclopedia digital de referencia era Encarta-, nos preocupaba el efecto 2000, China era una promesa y pocos sabíamos que iba a ser una superpotencia económica; empezaba a subir el precio de los pisos, empezábamos a hablar -que no a experimentar- las energías renovables, etc. Piensa en cómo ha cambiado el mundo en sólo 13 años. ¿Cómo has cambiado o te has adaptado tú?
Si tienes más de 30 años, te preocupa la posibilidad de encontrarte con 50 años irremisiblemente desempleado y lo que has leído hasta ahora te ha hecho sentir miedo, no dejes de leer los próximos artículos de la serie “El trabajo en el siglo XXI“.