10 años de experiencia en finanzas corporativas y banca de inversión. Reflexiones de una economista

Por Eva Hernández, Lic. en Económicas y Executive Coach

Hablar de un nuevo paradigma laboral parece muy lejano para aquellos de nosotros que hemos experimentado o estamos inmersos en una cultura empresarial que poco ha evolucionado en los últimos años. Lamentablemente, en muchos entornos profesionales, todavía se valora la presencia sobre la productividad, los “politiqueos” de pasillo sobre la excelencia, y la estabilidad y el mantenimiento del “status quo” sobre las nuevas ideas. Muchas de nuestras empresas son todavía estructuras jerárquicas gestionadas en base a silos de poder y de información, en total contraste con una sociedad cada vez más abierta y flexible. Este tipo de organización redunda en empleados desmotivados e insatisfechos, y lo que es peor, en la pérdida de creatividad y de productividad del tejido empresarial y por tanto de nuestra sociedad en conjunto.

Una organización laboral más humana no sólo es posible, sino que es altamente necesaria en un entorno como el actual. No se trata de buscar culpables, sino de que cada uno de nosotros tomemos nuestra responsabilidad en cambiar las cosas. Aunque obvio, cabe recordar que las empresas están formadas por personas. Por tanto, sus patrones de comportamiento como instituciones vienen de las creencias y actitudes de aquellos que las integran, desde la cúpula de dirección hasta el último becario. Se me ocurren varios ejemplos de creencias que merecería la pena explorar y ver desde otra perspectiva.

  • El fin de la empresa es hacer dinero, no cuidar a sus empleados. Está claro que la empresa necesita conseguir un beneficio para asegurar su supervivencia. Lo que tiende a olvidarse es que su personal es uno de sus activos más importantes. Me resulta difícil de creer que una empresa capaz de despertar la creatividad y la pasión de sus trabajadores no pueda ofrecer productos y servicios de mayor excelencia a sus clientes.
  • Existe un conflicto entre los intereses del trabajador y el beneficio del accionista. Esta es la perspectiva tradicional no sólo del mercado, como bien aprendí en mis años de analista bursátil, sino también de los sindicatos. Unos y otros andan enzarzados en una trasnochada lucha de clases, cuando lo que hace falta es unirse, dialogar y trabajar por los intereses comunes. Fácil de describir, mucho más difícil en la práctica sin un cambio radical de perspectivas.
  • Hay que controlar al trabajador para que desarrolle sus funciones. Esta creencia viene posiblemente de la organización paternalista del pasado, cuando el empleado vendía su obediencia a la empresa a cambio de la estabilidad y la seguridad de un trabajo de por vida. Esto ya no funciona en un entorno de constante cambio, donde profesionales cada vez más formados (e informados) quieren ser responsables de su vida. Como muchos hemos experimentado, cuando confían en nosotros es cuando nos identificamos e implicamos en el proyecto y somos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos.
  • Hay crisis y desempleo, poco se puede hacer para cambiar la situación. Es cierto quela situación económica es difícil, pero también es cierto que aún hay oportunidades. Como profesionales y ciudadanos, no podemos utilizar la crisis como la excusa para mantenernos anclados en nuestra zona de confort, en el “más vale lo malo conocido”. Es nuestra responsabilidad el invertir en nuestro crecimiento y nada puede impedirnos el soñar en acercarnos a nuestro trabajo u ocupación ideal. Con la debida cautela, aún podemos ser valientes y arriesgarnos.

En resumen, necesitamos una empresa que vea a los empleados como personas humanas, no como recursos. En una organización así, cabrían estructuras más planas, mayor difusión de la información, una comunicación más abierta, y mayor flexibilidad y conciliación laboral (España está por detrás de la mayor parte de países desarrollados en cuanto a flexibilidad de horarios y teletrabajo, yo misma puedo dar fe de ello). Para que ello se produzca, necesitamos trabajadores responsables, más seguros de sí mismos y con un poco menos de aversión al riesgo, dispuestos a soñar y a creer que es posible un trabajo que les apasione y dé sentido, no sólo un sueldo a fin de mes.

Una crisis es ante todo una oportunidad de cambio y de mejora. No es en el boom, sino en los momentos complicados donde se diferencia la excelencia de la mediocridad. Similar a lo que ocurre a nivel individual, evolucionar a nivel de sociedad requiere un cambio de consciencia por parte de nuestras instituciones, en este caso la empresa. Ello no será posible sin que cada uno de nosotros tomemos nuestra responsabilidad en esa transformación. No se trata de buscar culpables, sino de contribuir, y como decía Gandhi, de “ser el cambio que queremos ver en el mundo”.