La eterna búsqueda del ser humano por alcanzar la Felicidad es y ha sido el motor que ha inducido al hombre de todos los tiempos a caminar hacia adelante, a dar pasos a veces sin una dirección concreta, pero sintiendo que ese ansiado destino estaba próximo, pensando que quizás fuese en la próxima estación donde podría apearse del tren, con la esperanza de encontrar ese lugar anhelado, como si de la tierra prometida se tratara.
El concepto de Felicidad es muy amplio, a la vez que difícil de definir y concretar. Dependiendo a quien le preguntes obtendrás una u otra respuesta más o menos vaga de lo que subjetivamente podría ser la Felicidad para cada uno, aunque generalmente se relaciona la felicidad con la adquisición de bienes materiales. Así podemos ver cómo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua la Felicidad como “el estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien”. Sin embargo es bien sabido por todos, que la felicidad basada en la posesión de bienes materiales siempre será efímera, ya que cuando obtenemos lo que deseamos, si bien sentimos una ráfaga de alegría, también es cierto que desaparece tan pronto como nos habituamos a ella. Entonces, ¿a qué clase de bienes nos estamos refieriendo?
Si revisamos las enseñanzas que los sabios de todos los tiempos nos han legado, podemos encontrar el faro que nos permita ver con claridad el camino, la dirección a seguir y elegir a conciencia el equipaje necesario para emprender la travesía.
Platón nos dice que no se puede ser feliz sin ver la obra de Dios en el mundo, que se manifiesta como modelo para la felicidad humana; y que para que el hombre pueda alcanzar la felicidad es necesario que se identifique con la divinidad practicando la Virtud.
Para San Agustín la felicidad auténtica y el objetivo último del comportamiento humano es la sabiduría que se encuentra en las profundidades de uno mismo, que nos muestra a Dios y que se revela a través de la conciencia.
Epícteto nos dice que el objetivo de la conducta humana es la felicidad, estado que se alcanza con la fidelidad a la naturaleza y a la razón. Su propuesta ética gira alrededor de la virtud como requisito para conseguir la felicidad, pues la virtud es un bien por sí misma y su realización trae consigo la felicidad. Por otro lado en su sabiduría práctica nos recuerda que las condiciones de la verdadera felicidad es” durar siempre y que ningún contratiempo pueda perturbarla”.
Para el Dalai Lama la felicidad puede ser un estado permanente en los seres humanos y se puede lograr con el desapego y la compasión que nos permiten cambiar nuestra forma de ver el mundo y liberarnos del sufrimiento.
Lo cierto es que la preocupación del hombre por la conquista de la Felicidad no tiene tiempo ni lugar. Seguimos haciéndonos las mismas preguntas y seguimos en pos de “la gran respuesta”.
Actualmente la búsqueda de la felicidad nos lleva a realizar distintos estudios sociológicos de cómo siente nuestra sociedad, qué cosas le aportan felicidad y qué cosas les aleja de ella. De hecho, el año pasado se celebró en Madrid el primer Congreso Internacional de La Felicidad que tuvo como nota exótica la participación, en el acto de clausura, del honorable Jygme Thinley, primer ministro de Bután. Un pequeño país situado en el extremo oriental del Himalaya cuyo paradigma de desarrollo es la FIB (Felicidad Interna Bruta), que tiene como propósito «crear las condiciones para alcanzar la felicidad de los ciudadanos, cubriendo tanto las necesidades materiales del cuerpo, como las emocionales e intelectuales de la mente». Algo que da mucho que pensar …
Tambien me ha hecho reflexionar y quiero compartir con vosotros, un artículo de la Revista “el Mundo de Sophia” escrito por Antonio Marí, joven filósofo contemporáneo, que con absoluta maestría nos destaca la importancia del equilibrio entre el progreso del mundo externo y el desarrollo de nuestro universo interior. Y de cómo nuestra sociedad moderna ha dedicado todos sus esfuerzos en el desarrollo de la vida material (creación de aviones, electrodomésticos, armas, cohetes, ordenadores, móviles, sistemas financieros, etc ), que si bien son avances tecnológicos que nos aportan confort y bienestar, ha sido en detrimento de algo tan esencial y consustancial al hombre que es la conciencia y desarrollo de su vida interior. Nos cuenta como “los sabios de antiguas civilizaciones en la India, Tíbet, Egipto, Grecia, China, etc dedicaron su tiempo y energía durante milenios a conocer las leyes y principios que rigen nuestro mundo psicológico y espiritual para descubrir métodos, claves y herramientas con las que desarrollar la voluntad, la concentración, la meditación, la serenidad, el discernimiento, la templanza, la intuición, la empatía, la contemplación, etc… factores todos ellos consustanciales a la verdadera felicidad”.
Pero me gustaría que hiciésemos a nivel individual una reflexión sobre dónde se encuentra para cada uno de nosotros esa felicidad tan ansiada. Os invito a realizar un viaje interior que nos ayude a conocernos más, saber cuáles son nuestras fortalezas y como potenciarlas, cuales son los retos internos que se nos presentan, qué necesitamos conquistar de nosotros mismos, dónde y cómo podemos ser más útil a la sociedad y a nuestro entorno. Si buscamos la verdadera felicidad como el estado permanente de plenitud del alma, solo tenemos que buscar dentro de nosotros, ser conscientes de nosotros mismos y de nuestra relación con los demás. Solo con ese desarrollo interior hallaremos todo lo necesario para anclar definitivamente la sensación completa de Bienestar, que nos permitirá imprimir todas nuestras acciones con el sello del AMOR.
Por último quiero compartir esta perla de Deepak Chopra que encierra una clave más para acercarnos a la ansiada felicidad: “Practicar la Ley del Dar es muy simple: Si quieres felicidad, dale felicidad a otros; si quieres amor, aprende a amar a los demás; si quieres atención y apreciación, aprende a dar atención y apreciación; si quieres abundancia material, ayuda a otros a tener abundancia. De hecho, la manera más fácil de obtener lo que quieres es ayudando a otros a obtener lo que quieren”.
Y yo le añadiría: “pero no lo hagas para recibir la recompensa. Hazlo sin esperar nada a cambio, como lo hace la naturaleza cuando da sus frutos, como lo hace la lluvia cuando moja o el fuego cuando calienta o el sol cuando ilumina nuestra vida ”.